Un alma errante cap.2

Capítulo 2

Con bastante dificultad conseguía mantener mis ojos abiertos, para poder observar un techo blanco con una luz justo en el centro, era una simple bombilla, no estaba recubierta por ninguna lámpara o algo que disimulara su frialdad, tras unos segundos mirando a aquel techo, e intentando averiguar que me había pasado, giré, muy despacio, mi cabeza, que en aquel momento me parecía que pesaba una tonelada, en la izquierda había un monitor, con unas líneas que se movían constantemente y al fondo una puerta cerrada, a la izquierda de la puerta un sillón de color marrón, parecía bastante viejo ya que en un costado había un trozo de tela superpuesto al resto, seguramente para tapar algún agujero que por el uso y los años se había formado, pero eso no fue en lo primero que me fijé, lo que más llamó mi atención fue que no había nadie allí sentado. Giré mi cabeza hacía la derecha, allí había una gran ventana, no estaba cubierta por ninguna cortina y la persiana estaba arriba así que desde allí podía observar el exterior, en ese momento recordé todo, ante mi se encontraban los grandes rascacielos de aquella ciudad que en mi juventud soñaba visitar, Nueva York la llamaban algunos, yo la había acabado por llamarla la cárcel, una muy grande y sin barrotes o carceleros, al menos físicos, una ciudad que te absorbía y que acababa contigo si no eras lo suficientemente fuerte. El miedo, el fracaso, la nostalgia, el agobio… actuaban como barrotes hacia la libertad, la libertad de ser quien quieres, de triunfar en lo que te gusta, de andar por la calle sin miedo a lo que te pueda suceder, de sentirte querido y arropado por tus amigos, ¡por tu familia!... algo que no se puede conseguir en aquella ciudad fría, llena de gente y a la vez tan vacía, calles abarrotadas, gente que anda casi corriendo para llegar a sus trabajos, acto que repetían monótonamente todos los días y sin que nadie les frenara, ni los adolescentes drogándose en algún callejón de las principales calles de la ciudad, o una persecución policial, un robo, nada alteraba sus vidas, su cara siempre la misma, seria, vacía de expresión, algo tan diferente a lo que estaba acostumbrado en mi pueblo, donde todo la gente se conocía y saludaba, nunca me acabé de acostumbrar a aquella ciudad y eso acabó definitivamente conmigo.

Solo una vez se alteró la vida de aquella gran ciudad, el 11 de septiembre de 2001, aquel martes todo se paró y más concretamente Nueva York, la gente dejó de correr y por una vez en su vida miró a su alrededor, el sufrimiento de la gente, fue su propio sufrimiento y cambiaron sus caras serias y sin expresión por un rostro de tristeza que dejaba ver sus sentimiento.

Pero entonces todavía vivía en España y tenía 14 años…