llantos sobre el papel

mi idea de esto es empezar una historia, y que cada uno la continue como quiera, no tiene que tener un genero definido, tiene que ser algo razonable, de todas formas la coherencia del relato es un reto que debe afrontar cada escritor al querer unir su idea y continuar la historia.

buena suerte para todos!

Madrugada, veo caer la lluvia y mi cabeza no para de dolerme. Mi cuarto pequeño de este hotel de tercera cada noche se hace más chico.
Tengo un nombre, o quizás lo tuve algún tiempo, pero a nadie le importa; porque nadie me recuerda nadie mira a través de mi, soy la sombra que noche tras noche toma su existencia y la pone a prueba de la manera más audaz y enferma que usted, ni nadie puede imaginar. Le advierto lector, es mi vida, y es un viaje del que solo quienes están realmente preparados podrán regresar, todo comienza aquí....

Me parece muy buena idea!

Vamos, un tipo roll? Está bien!

Tiene pintas de estar muy entretenido

gracias por los comentarios, son muy apreciados, pero mi idea es que de acá en adelante lo único que se postee sea la continuacion de la historia, comensando con el post que sigue, disculpen las molestias.... y escriban sigan la historia, la idea es que sea de todos... jejeje un abrazo!

Madrugada, veo caer la lluvia y mi cabeza no para de dolerme. Mi cuarto pequeño de este hotel de tercera cada noche se hace más chico.
Tengo un nombre, o quizás lo tuve algún tiempo, pero a nadie le importa; porque nadie me recuerda nadie mira a través de mi, soy la sombra que noche tras noche toma su existencia y la pone a prueba de la manera más audaz y enferma que usted, ni nadie puede imaginar. Le advierto lector, es mi vida, y es un viaje del que solo quienes están realmente preparados podrán regresar, todo comienza aquí....

Las sábanas de la cama me resultan ásperas, pues no han sido lavadas en dos semanas. La mucama del hotel ya ni se molesta en venir a mi cuarto a limpiar, teniendo que enfrentar mi perenne mal humor. Tras una larga noche, me doy por vencido en mis intentos de vencer al insomnio, que ha surgido victorioso en mi mente una vez más.
Me levanto tratando de no tropezar con las botellas vacías de whisky barato que están en el suelo. Sobre la mesa de noche, hay una botella con un poco de ese líquido ámbar. Tomo la botella y bebo de un sorbo lo último que queda. El licor baja por mi garganta haciéndome toser.
Es un cuarto sucio y pequeño, desordenado y con ropa por todos lados. El escaso mobiliario consta de una mesita de noche llena de papeles y botellas vacías, la cama, una silla repleta de ropa usada, y un escritorio con otra silla. Sobre él, esta la vieja máquina de escribir.
A pesar de la insintencia de Meléndez por regalarme una computadora, no pienso quitarme de encima la máquina, pues es una de las pocas cosas que me inspiran. Miro con una punzada de remordimiento la pila de hojas ya escrita que ese fin de semana, ha crecido considerablemente.
Todavía desnudo, voy hasta el baño y me miro al espejo. Tengo una barba de tres días, y mis ojos están rojos por la falta de sueño. El baño muestra el mismo desorden que mi habitación, y en el suelo hay algunos frasquitos vacíos de pastillas para dormir, pero ni siquiera su potente droga es rival para la falta de sueño.
Me visto con la misma muda de ropa que he usado Sábado y Domingo mientras pienso en donde compraré el whisky luego de haberme peleado con el dueño del almacén de a la vuelta del hotel. Es una de las cosas más importantes en mi existencia. Se puede prescindir de comer, pero jamás del whisky, pues es la clave de mi estúpido coraje.
Tomó mi billetera y la llave de la habitación, las únicas dos cosas que son merecedoras de estar en mi bolsillo, y salgo del cuartito. El dueño del hotel mira como de costumbre su televisor, y apenas laventa la mirada para mostrar su descontento con mi facha de borracho insomne.
Sin hacer caso, salgo a la calle. En esl restaurante de enfrente, donde siempre desayuno, hay mucha gente, pero las misma mesa que elijo cada mañana, junto a la ventan, esta vacía, lo mismo que las mesas de alrededor. La gente que va a ese lugar no me tiene mucho aprecio.
Me atiende la misma chica que todas las mañanas, tratando en vano de alegrarme un poco con su radiante sonrisa. La verdad que es una linda chica, y parece simpática, pero realmente merece algo mucho mejor que yo. Con la voz castigada por el whisky y la noche fría, hago mi pedido. Café y facturas,lo mismo de siempre
Mientras espero, miro por la ventana. En frente, justo al lado del hotel hay una librería. Entre los ejemplares expuestos en la vidriera, destaca una figura en tamaño real de ese maldito de Meléndez vestido de traje presentando el libro que le envié recientemente, luego de trabajar por más de dos meses.
La chica me trae la comida, y me dedica una deslumbrante sonrisa que cae como agua fría a mi ánimo decaído. Tratando de ignorar a la resaca tomo el café en pocos tragos y engullo las dos facturas. Luego de dejar el dinero en la mesa, reuno valor para salir a la calle, donde buscaré inspiración para continuar mi nuevo libro, el que MEléndez me pidió la semana pasada, en los rincones más oscuros de la ciudad.

Es temprano, muy temprano para andar por ahí, pero nunca lo es para las sirenas, que taladran mi cabeza todo el tiempo. Camino de espalda al sol, como acostumbro en la vida, y veo la cara pálida de la verdad que me rodea en los ojos de los demás, mirándome, mirándose a si mismos.
De pronto llego a un callejón, lleno de bolsas de basura, las ratas y los gatos corren por los rincones, mientras las cucarachas como espectadores indignados se ocultan el los recónditos oscuros. No recuerdo haber estado aquí, seguramente el alcohol no me deje recordar, pero deseo entrar, voy caminando lento, precavido, pero no hallo nada que aleje un poco más de mi, lo paso y lo dejo allí, solo me llevo el olor impregnado y el vacío que no pude dejar, sigo caminando hasta llegar a un viejo parque abandonado, la hamacas oxidadas y los toboganes rotos, son el sello que el tiempo dejo en este lugar abandonado, lleno de recuerdos y escaso de personas que quieran recordar. Entre la maleza alta y un par de bancos rotos veo a un anciano, tapado con frazadas de colores marrones y grises, alrededor de él, bolsas y palomas esperándoles, su mirada lejana al piso, muestra los cientos de kilómetros mirando dentro suyo, remontando historias, llorando decepciones; me voy acercando lentamente para sentarme a su lado, y al verme sus ojos llenos de temor y ansias, se clavan en mí, dejándome ver a un hombre desnudo ante una realidad que lo despojo de todo.
- Buenas tardes! ¿que mañana verdad? - le digo.
No habían palabras en él, su mirada comenzó a basilar entre que responder, hacia mucho tiempo que nadie se acercaba a hablar, de pronto se calmó a fuerza de su voluntad y me dijo...

_ Serán buenas para vos_ dijo secamente. Su voz era áspera y molesta para el oído.
Al mirar sus ojos comprendi que no había evaluado bien a ese hombre. No era un vagabundo común y corriente. Era un hombre de la calle, en el sentido verdadero de la frase. Era un hombre que había nacido y crecido en la calle, buscando desechos que la sociedad hubiera olvidado para tener algo con que llenar su maltrecho vientre. Había pasado infinidad de noches sumido en una desesperación nacida del miedo y del frío, masticando su impotencia al ver pasar a la gente en sus autos con calefacción.
Sin duda, no era un hombre normal, pues a lo largo de mis recorridas de la ciudad había descubierto que los hombres normales no sobrevivían mucho tiempo en la calle. Simplemente caían en la vereda hasta que alguien lo notaba y llamaba una ambulancia para no tener que tocarlos. Eran llevados a algún hospital, donde morían anónimos entre sábanas impecablemente blancas que parecían discriminar su condición hasta el mismo momento de su muerte.
Otros cometían delitos intencionados para terminar en prisión, donde al menos establecían una tregua contra el habre y el frío. Otros menos, agobiados por el peso de la ciudad sobre sus hombros, encontraban una manera de suicidarse, dejando atrás para siempre todo sufrimiento. Pero otros menos, quizás un poco locos, no hacían nada de eso y soportaban estoicamente sus tribulaciones. Eran como ese hombre.
Era un producto de la injusticia el mundo, y de esa maldita ciudad traicionera que perdía a los que son como él en sus callejones oscuros, fríos y húmedos que eran lo más parecido a lo que cada uno de ellos tenía en su interior.
Noté que tenía un leve tic en el ojo izquierdo, pero no me llamó la atención. Todos esos hombres que eran capaces de sobrevivir y efrentar al mundo tenían algo como eso. Había visto a hombres que dormían con los ojos abiertos, u otros con otros tics, al parpadear, o cosas por el estilo. Me identificaba con ellos, pues yo tenía la loca y eterna costumbre de soplar de vez en cuando, cuando me ponía nervioso o cuando tenía miedo (algo muy común), mi dedo pulgar derecho, como si me hubiera quemado con una brasa, o peor, como si me hubiera quemado al escribir en mi máquina.
No dije nada, y me quedé sentado a su lado. El hombre me miró, creyendo que era un poco tonto por no haber entendido que quería que me fuera. Sin embargo, haciendo caso omiso de su reproche silencioso, comencé a estudiar sus ojos.
Eran negros, pero la vida los había vuelto grises, no grises húmedos y sucios, como el cabello que cubría su coronilla, sino grises e increíblemente transparentes. Al ver al fondo de esos estanques de agua turbia,vi el sufrimiento de toda una vida. Eran ojos enormemente tristes, que han visto pasar a su lado la traicionera vitalidad de los que nacen con algo o alguien.
Era justo lo que yo buscaba. Me dispuse a hablar de nuevo...

...Antes de que pudiera decir algo me dijo:
- Saves muchacho de todos estos años que me he sentado aqui, solo yo con mi alma, con mi sensacion, tu sabes esa que uno lleva adentro y despierta sin saber porque?, cual fue su disparador?, quien la inspiro?, y admiras todo esto que una vez fue y ahora es "serà", porque todo cambia, muta, se disuelve y vuelve a su forma original, y yo aqui casi en este irreconosible lugar en donde solia venir cuando era joven, casi en casa.
Toma un respiro profundo, rasca su garganta y antes de exalar escupe. De sus frazadas saca lo que todo hombre de calle toma para calentar su cuerpo en el invierno. bebe un trago y nota que todavia estoy aqui, mirando como un estupido, como si estubiera esperando un milagro, analizando algo que nisiquiera yo! sabia que era, pero algo me decia que tenia que quedarme.
Me hace un gesto para que me acerque y me dice:
-toma un trago muchacho, pero no mucho, a lo unico que le temo ahora es a quedarme sin nada de alcohol para estas largas noches que me quedan.
Entonces agarre la botella, wisqui, bingo! exclame mentalmente, y como negarme?. Para poder callar el ruido de mi cabeza que me sigue como si fuece su presa, no me di cuenta y le di un trago grande, tan grande que me hizo toser, me hizo arder la garganta y ahogarme con mi propia saliva.
-jajajaja... parece que tienes sed muchacho!- dijo el anciano! -.. jajajaja... te has puesto colorado chico ... jajajaja...
El ahogo era tal que me cai del banco directo al piso y empece a tocer cada vez mas fuerte, me senti con mucha vergÜenza y humillado, aparte de sentirme ahogado, porque como yo siendo esta mi bebida favorita iva a ceder como uno de esos novatos?.
Tome aire y volvi mi mirada hacia el anciano que alli mismo se despanzaba de la risa. no pude evitarlo, tambien rei con èl.
Cuando termino la risa, y comenzo el dolor en el abdomen, el anciano me dijo:
-me has hecho reir muchacho, hace mucho que no me reia asi, hace mucho que la vida no me regalaba una sonrisa y tu cara me dice que tambien te hacia falta una.
Mi respuesta fue:
- la verdad que puedo decir que si, hace mucho tiempo que no puedo dormir, eso pone de mal humor y me hace pensar si que he perdido mi alma en algun lugar.
- porque no vuelves a ese lugar por ella?
Me responde diciendomelo como si fuece una cosa muy fasil de hacer, mientas volteaba su cabeza y miraba el cielo.
- porque yo al final la he encontrado!- exclamò el anciano con los ojos cerrados mientra observaba el cielo. - estaba justo aqui, en este viejo parque oxidado, aca estaba tambien ella oxidada... oxidada pero libre!
Una brisa muy leve paso por su rostro, moviendo todos los bellos y pelos de su cara, como si el viento le hubiera dado una caricia.
- Yo lo quiero acà!.- dijo con fuerza el anciano. -a lo inevitable lo quiero aca en este mismo parque, en donde yo vivi los momentos mas felices de mi vida... me dijo volviendome la cara hacia mi, mirandome con los mismos tristes ojos.
Me acerque al anciano, le devolvi su botella y le prometi que le traeria otra, que no era mi intencion aprobecharme de èl tomandome media botella de una, me despedi, pero antes de irme me dijo en tono gracioso, casi como si el lo supiera:
-"Puedo prescindir de comer, pero jamás del whisky, pues es la clave de mi estúpido coraje"
Sali caminando de alli, mientras pasaba por el callegon rebosante de inmunda vida, mientras alli se vivia la pura realidad en la que no habia juego del gato y el raton, pensando en que el anciano y yo, despues de todo, no eramos tan diferentes, ambos en el fondo eramos igual de sinicos.
No lo habia notado, estuve toda la mañana con el anciano y ya eran las 13:00 pm. pase por un lugar de comidas ràpidas. Uno de esos lugares cual logotipo es alguna especie de payaso siniestro, en donde lo que te venden es el aceite quemado y viejo en forma de papas fritas, una carne saturada de grasas entre dos panes duros. A eso yo lo llamo almuerzo.
Llego al hotel, me siento en el escritorio, corro la maquina de escribir al frente mio y empiezo a comer, sin quitarme el abrigo o lavarme las manos.
Dios me dio una mente suficientemente agil como para acordarme de comprar liquidos, pero lo que Dios no me dio es el don de discernir entre que liquidos debia hacerlo. opte por un wisqui barato, obiamente.
Mientras comia observaba la maquina de escribir, antigua, y empece a enumerar todas las cosas que escribi con ellas, todo los sentimientos que plasme en un papel, las noches que pase a solas ella y yo, y su hermoso tack! tack! el resonar de las teclas, el martillo con una letra impresa que golpea al papel atrapado entre la cinta y el rodillo de goma. Como un primer amor salte sobre ella tirando la comida al suelo, coloque una hoja y comence a escribir...mi inspiracion habia llegado!

Con la ansiedad casi afiebrada del insomne, comencé a escribir como si mi vida dependiera de ello. Las hojas iban siendo cambiadas cada vez que las llenaba de letras con velocidad alarmante. Apenas leía lo que escribía, pero tenía la certeza de que era mi mejor obra, a pesar de que había abandonado para siempre mi estilo oscuro y pesimista para reemplazarlo por palabras rebosantes de alegría y ansias de vivir.
Tenía razón acerca del viejo, cuyo nombre no conocía y quizás no quisiera conocer jamás. No era un hombre común, pero no en el sentido que el esperaba. El hombre, a pesar de sus décadas de privaciones y de sufrimientos a manos de la ciudad, tenía un modo de ver la vida que había despertado algo apagado en mi pecho. Algo olvidado entre mis últimos recuerdos, que quizás desapareció el mismo día que el mundo olvidó mi nombre, pero que ahora volvía como una renovada llama que alcanzaba a iluminar los más oscuros rincones de la habitación. Mientras sentía todo eso, mis dedos se deslizaban sobre las teclas de la máquina a velocidad inimaginable reproduciendo el renacimiento de un alma que había llegado a puntos tan bajos en su existencia como muy pocas en la historia.
Convencido de que a Meléndez le encantaría mi nuevo estilo, continué sin miedo. Muchas horas más tarde, cuando mis dedos dolían después del inhumano esfuerzo al que los había sometido, me levanté y miré con orgullo, que contradecía al remordimiento anterior, la pila de hojas que casi se había duplicado.
Con una alegría que jamás había sentido, pensé que quizás, mi don para la literatura no era tan macabro como yo lo había pensado. Quizás ese vicio mío de escribir no fuera tan nocivo para mí como lo pensaba. Con una ansiedad nacida de la falicidad, soplé la yema de mi pulgar derecho durante varios segundos seguidos, cerrando los ojos con placer.
Tomé la botella de whisky que había sobre la mesa y la miré largamente. Quizás ya no la necesitara. Era posible que ahora que mi estúpido coraje no fuera necesario para escribir, puediera dejar de depender de ese líquido dulce.
Sin embargo, lancé una carcajada y tomé un largo trago. El líquido bajó por mi garganta sin producirme ya ningún escozor. Casi inmediatamente, pues no comía desde el medio día, sentí la carga del alcohol en el torrente sanguíneo, y lo disfrute como pocas veces. No quería dejarlo. Riendo a carcajadas, abandoné la habitación.
Todavía reía cuando pasé frente a la recepción, donde el dueño miraba su televisor como siempre. Al verme reír, algo que debía de considerar imposible, me preguntó de mal modo:
_ ¿Qué le resulta tan divertido?
Con mucha naturalidad, que francamente me sorprendió, contesté como si fuera algo obvio:
_¡Estar vivo, hombre!. ¿Qué otra cosa puede ser?