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Extracto del libro "Embrujada".

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Mensaje  Helfridge Lun Mar 22, 2010 11:30 pm

Prólogo: El encuentro con el demonio

Era un día de invierno en el que hacía mucho frío. El viento soplaba más fuerte de lo normal y era más helado que de costumbre. La túnica que llevaba puesta de color blanco no la guarecía del frío tanto como ella desearía, y por si fuera poco, en el cielo había unas nubes negras so-bre su cabeza que presagiaban tormenta.
Debía de llegar a casa cuanto antes; estaba haciéndose tarde y a su padre no le gustaba que se llegase a casa fuera de la hora acordada.
Bella se apresuró para intentar llegar al Santuario lo más rápido posible; si no, su pa-dre podría regañarla muy severamente.
Poco a poco, iba dejando atrás el inmenso y viejo bosque de toda clase de árboles al cual había ido a un claro que se encontraba a unos cien metros de la entrada, hacia el interior, para practicar la Magia, porque Bella Elmer no era una chica normal y corriente: era una bruja, y no una cualquiera, sino una que estaba destinada a llegar a ser una Embrujada, ni más ni menos. Y por si fuera poco, era descendiente por línea paterna de Imeón Powell, que, según la leyenda, fue el Primer Brujo y al que se le denominó como la Cuna de la Magia.
Llevando semejante poder en sus venas, la muchacha había sabido siempre que al ser su última heredera, hasta que en un futuro próximo tuviera hijos (si llegaba), los demonios que estaban bajo las órdenes del Señor Oscuro –el LORD Inframundus, Mefistófeles-, irían tras su búsqueda porque la estaban comenzando a ver como una gran amenaza para su estirpe.
Acababa de llegar a un paso del páramo donde para cruzar al otro lado (en el que se hallaban los Santuarios) debía trasponer un puente de piedra de una altura de cinco metros y una longitud de diez metros.
El puente en cuestión había sido construido mágicamente; con multitud de hechizos y conjuros protectores y de contracorrientes para que cuando la presión del Río Plateado –llamado así porque cuando la luna brillaba sobre él, el agua del río reflejaba sus destellos plateados– subiera y el oleaje no derrumbase el puente con la fuerza de las olas.
La joven Elmer intuyó de pronto que no estaba sola; algo la había estado siguiendo, acechándola desde que salió del bosque hasta entonces.
–Demonios... –murmuró. Se puso en pose de duelo mágico, de espaldas al puente, observando el ancho páramo por donde delante de ella a unos cincuenta metros, estaba el bosque cuyo paseo había hecho momentos antes.
Con un crack, una figura encapuchada más alta que ella se apareció de la nada en una bocanada de humo, que se disipó al instante de haberse materializado el demonio.
–Vaya... vaya... ¿Pero qué tenemos aquí? –dijo el demonio con una voz grave y fría–. ¿Qué hace una joven brujita como tú paseando por el páramo a estas horas? ¿No deberías es-tar ya en casa, jovencita? –se burló el ser oscuro.
–¡Maldito seas, bastardo! –Exclamó la chica, haciendo centellear sus verde-azules ojos al mismo tiempo que ondeaba su limpia y larga cabellera pelirroja al viento que soplaba, igual que su blanco manto–. ¿Cómo te atreves a traspasar el Camino Sagrado?
–¡Pero si eres del linaje Powell! –Soltó, eufórico–. ¡Qué grata sorpresa! –Y para indignación suya, aplaudió con dos sonoras palmadas dejando que la muchacha viese sus negras manos que estaban muertas y s putrefactas.
–¿Eres Caevio, el Demonio de la Absorción, el que se encarga de absorber poco a po-co los tejidos humanos para regenerarte tras la Maldición de Descomposición que una pode-rosa maga de la antigüedad te echó? –Inquirió ella, encolerizada de repente; si era ese demonio, él era el causante de la pérdida de su madre...
–El mismo –respondió Caevio–. Yo tuve el placer de conocer a tu madre, ¿sabes, pequeña? Y qué deliciosa estaba... –Rió.
Sin avisarle siquiera, la muchacha, furiosa como estaba, alzó una mano por encima de su cabeza pero abriéndola en un arco de forma que quedara como una media luna, y luego la bajó hasta su cintura, dejándola en diagonal, pero con la palma abierta hacia el demonio que, viendo el peligro, se echó unos dos metros atrás de un salto (antes se encontraba a un metro de distancia de Bella) creyendo que el poder o el conjuro, fuera el que fuese, no lo alcanzaría; se equivocó.
Una media luna del tamaño de una espada y del mismo grosor que ésta de color plateada surgió de su mano abierta dejando tras de sí un rasgueo de purpurina plateada. Como un bumerán, la joven Elmer lanzó la media luna de energía hacia el Demonio de la Absorción que al no poderlo prever, fue alcanzado por el poder de la joven, haciendo que la media luna de energía lanzada por ella se le incrustara en el pecho, atravesándolo de lado a lado.
Sin piedad, contempló cómo el cuerpo de su enemigo se desintegraba tras un últmo grito de agonía por las llamas del Purgatorio que estaban surgiéndole por todo el cuerpo, de los pies a la cabeza.
Caevio fue enviado al Purgatorio, morada de las almas funestas caídas de los demonios, vengando así la muerte de su difunta progenitora.
Sabiendo que acababa de librar a los de su clase de un gran mal y que Cassandra Telmar, su fallecida madre, podía encontrar al fin la paz en el Reino de los Cielos tras haber sido su asesino aniquilado, se dirigió a casa atravesando el puente que estaba sobre el famoso Río Plateado.

Helfridge

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Fecha de inscripción : 22/03/2010

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